La Isla Hvar es conocida internacionalmente por ser cobijo estival de celebridades del mundo de la cultura, la moda y la farándula. Pero esta preciosa isla croata es mucho más que yates de lujo y clubes nocturnos. Con casi 70 km de largo, hay decenas de rincones para ser descubiertos por el mochilero de bajo presupuesto. Lugares que hablan de una rica y convulsa historia, de sencillos habitantes que mantienen la tradicional forma de vida mediterránea y de una naturaleza que resiste al envite del turismo y todavía no se ha corrompido. Si lo que buscas es esto último, el este de la isla Hvar es tu lugar.
Isla Hvar, un pedazo del paraíso
Habíamos encontrado nuestro pequeño paraíso. La verdad es que el camino de tierra no había sido fácil y había puesto a prueba la tracción de Roberto Quejíos. Después de media hora de rocas y un caminito a pie de 15 minutos estábamos en un lugar aislado y en completa soledad.
Una cala pequeña, flanqueada por el denso bosque mediterráneo de pino y un agua de una transparencia increíble, a lo que ya nos tenía acostumbrados Croacia. Sobre las rocas, el dueño de la pequeña casita a nuestras espaldas, había construido una especie de terracita de cemento con un sombrajo para los días de verano. Pasamos allí unas horas, disfrutando desnudos del mar, jugando cartas –actividad que habíamos empezado a cultivar en las últimas semanas-, cocinando una rica pasta y viendo pasar las horas sin prisa.
El slow life mediterráneo
A lo lejos escuchamos el rumor de un pequeño motor y enseguida vimos una barquita entrar a la bahía. Dos viejitos arribaron al minúsculo muelle y, con la habilidad que da la experiencia pero con la torpeza que causan los años, desembarcaron. Pensamos que tal vez habíamos invadido un lugar privado, pero pronto supimos que no. Con una sonrisa de oreja a oreja, el viejo se acercaba a nosotros con la mano en son de paz, mientras su señora enfilaba el camino a casa. Al llegar, Franjo nos saludó amable y se presentó. El inglés no era lo suyo así que se defendía en una peculiar mezcla de italiano y alemán que resultaba bastante cómica. Nos ofreció hospedaje –tenía un tentador apartamento en su casa por 20€ la noche-, que rechazamos con amabilidad. La Isla Hvar era un lugar para ahorrar y teníamos que seguir el plan. Se despidió entonces con un “hasta luego”.
Al cabo de unas tres horas, cuando salíamos de hacer snorkel en el mar, Francho estaba sentado en su terracita. Nos miraba sonriente y nos invitó a acercarnos. Con una llave enorme de esas viejas que parecen hechas para castillos de cuento, abrió una diminuta puerta, sacó botella de vidrio sin etiquetas y nos invitó a un trago. Era una especie de aguardiente espeso y amarillento, con un característico sabor frutal y alto grado alcohólico. Bebimos y conversamos con él. Padre de siete hijos, había vivido en Hvar toda la vida. En su pequeño pedazo de paraíso veía pasar la vida entre pesca y paseos a la ciudad. Nos cautivó la sencillez de la vida mediterránea y la amabilidad de sus habitantes. Nos despedimos mientras ambos salían a echar las redes como cada atardecer, esperando a que la noche les trajera su ración de pescado.
El nuevo ritmo mediterráneo
Pensamos que, ya que estábamos en la isla, debíamos conocer la tan famosa fiesta que cautivaba a gentes de medio mundo así que fuimos a Hvar capital. Nada más llegar nos sorprendió la belleza de la ciudad. Toda construida en piedra blanca, como es tradición en la costa dálmata, con callejuelas escalonadas que subían las laderas de la bahía entre viejas casas familiares, convertidas hoy en alojamientos turísticos. Sin embargo, el gentío era bastante desagradable.
Paseando por la ciudad nos bebimos las dos latas de cerveza y una botella del peor vino croata del mundo, que habíamos comprado para la ocasión. Recorrimos el muelle de la marina, la plaza central y algunos callejones donde el bullicio era casi insoportable. En los pequeños bares de la zona del puerto, grupos de italianos, alemanes y estadounidenses gritaban como poseídos mientras el alcohol hacía camino hacia su sangre. No era en absoluto el lugar que yo andaba buscando y, aunque Gaby tenía ganas de seguir la fiesta, acabamos regresando al coche para organizar nuestro tenderete y pasar la noche allí mismo.
Stari Grad, la ciudad silenciosa
Con una leve resaca, emprendimos viaje de nuevo hacia el este de la isla, en busca de las sensaciones vividas el día anterior. Pasamos primero por Stari Grad, la otra “gran ciudad” de la isla, y encontramos un paisaje totalmente distinto. Un lugar encantador, tranquilo y excelentemente conservado. Distribuida alrededor de su marina, Stari se levanta noble y acogedora. Las callecitas de piedra invitan a perderse y a tomar muchas fotos de los pequeños detalles de cada puerta, cada macetero lleno de vida de mil colores, cada paisano que se sienta a ver cruzar a los turistas al frente de su casa. Stari Grad bien merece una visita, aunque sea de un par de horas. Y seguramente, para presupuestos un poco más holgados que el nuestro, comerse un buen pescado en alguno de los muchos restaurantes del paseo marítimo puede ser una genial opción.
La playa de las ruinas
Siempre me han gustado las ruinas. Y he recorrido medio mundo de unas a otras. Pero seguramente las que más disfruto son las ruinas contemporáneas. Ejemplos de abandono y desolación. Paradigmas de lo relativo que puede ser el paso del tiempo, que juzga con diferente rasero a unos y a otros. Hay algo en el fracaso que me atrae, algo me fascina de esos proyectos que estaban ya destinados al desastre desde su fundación. Y eso fue lo que encontramos cerca de Jelsa. Un antiguo complejo hotelero –después descubriríamos que era un lugar para que niños fueran de campamento-, levantado frente a una preciosa playa, se derrumbaba poco a poco sin remedio.
Entré pensando en que podía ser un buen sitio para dormir con las piernas estiradas esa noche y, de paso, cobijarnos de las nubes que amenazaban tormenta. Quedé fascinado desde el primer momento y supe que allí pasaríamos la noche. Era un lugar monstruoso, con una enorme piscina llena de restos de lo que algún día fue el mobiliario, medio centenar de pequeñas habitaciones en las que todavía se pudrían los viejos colchones, restos de la vida que algún día llenaba el lugar y que hoy eran meros pedazos de historia en descomposición.
Instalamos la tienda en el tercer piso, con bonitas vistas del bosque y el mar y dedicamos el resto de la tarde a leer. Por la noche, los ruidos empezaron a sucederse y la noche tuvo su misterio. Pero esa ya es otra historia.

Una de nuestras recetas viajeras favoritas, ensalada de legumbres y pimientos. ¡Pronto en la sección de gastronomía!

Peter preparado para batir el récord de los 200 metros escombros
Hacia el este está la paz
En nuestro camino de regreso a Sucúraj pasamos por algunas tranquilas playas de la zona este de la isla. Quedamos fascinados con la cantidad de pequeños rincones aislados, donde uno puede estar en soledad, sin la pelea cotidiana por un hueco para la toalla. Definitivamente, si lo que se busca en Hvar son yates de lujo, joyas, cocteles caros y gente guapa vestida de blanco, hay que dirigirse a la bulliciosa capital. Pero, como decimos, existe otra isla dentro de Hvar, una isla en la que los colores del mediterráneo se sienten muy vivos, donde la gente sigue viviendo de la pesca y la lavanda y donde la vida pasa un ritmo más tranquilo, más antiguo y más auténtico.
Son dos islas en una, dos mundos y dos formas de ver la vida. Pero a lo mejor, contra todo pronóstico, resulta que la Hvar real es la del este. Puede que el ritmo frenético y desacompasado de su vecina occidental no sea más que un espejismo pasajero, paradoja de los apresurados tiempos que vivimos. Uno de esos proyectos destinados a acabar en ruina moderna, que no supieron adaptarse al ritmo que el tiempo nos marca. Veremos…
INFO ÚTIL
Cómo llegar a Hvar
La única forma que hay de llegar a la isla de Hvar es por mar. A no ser que se tenga un velero o un yate privado, la opción para los viajeros y mochileros son los ferrys y catamaranes. La mayoría de la gente que visita la isla llega en los barcos que salen desde Split, probablemente la opción más directa aunque bastante cara. Los precios para llegar a Hvar desde Split:
- Split – Stari Grad: Un pasaje de ida en el ferry cuesta 47 kn ($7) por persona, a lo que se le tienen que sumar 318 kn ($48) si se quiere llevar el coche.
- Split – Hvar: El recorrido se hace en un catamarán, algo más caro y sin opción a llevar el coche. El pasaje de ida cuesta 60 kn ($9)
Pero hay un secreto que sólo algunos conocen. A unos 90 km al sur de Split hay un encantador pueblo costero llamado Drvenik, desde el que salen ferrys al extremo este de la isla de Hvar. Por prácticamente el mismo dinero que los billetes sencillos desde Split, puedes llegar en coche a la isla, lo que te permitirá moverte con total independencia.
- Drvenik – Sucúraj: El billete de ida son 16kn ($2,5) por persona a los que hay que añadir 108 kn ($16) por el coche.

Nos despedimos de Hvar con un tímido arcoiris al fondo
Cómo moverse por la isla Hvar
Coche
Si se ha decidido llegar en coche, Hvar es una isla con una red de carreteras bastante escueta pero que, con un poco de habilidad y paciencia, permite llegar a casi cualquier rincón. Una estrecha carretera asfaltada une Sucúraj con Stari Grad. Desde allí, la carretera mejora mucho en su conexión hasta Hvar. De esta salen ramificaciones hacia las playas o pueblitos al filo del mar. Algunas de ellas son también asfaltadas, pero en su mayoría son pistas de tierra (algunas mejores que otras, así que atención y analizar si el coche da para tomarla o no).
Moto
Por sus dimensiones, la moto puede ser una excelente opción para conocer la isla. En Stari Grad y Hvar se pueden alquilar scooters en relativas buenas condiciones por unos 15€ al día. De nuevo, atentos con la piedra suelta en las pistas forestales para evitar sustos.
Bicicleta
Una opción ecológica y saludable, la bici siempre es una buena alternativa. Dicho esto, el punto más alto de la isla está a 628 metros por lo que Hvar no es precisamente plana. Hay que tener esto en cuenta si se planea conocer las zonas del este.
A dedo
Nosotros, como en todo nuestro recorrido por Europa, íbamos a lomos del gran Roberto Quejío, por lo que no podemos corroborar de primera mano como funciona el autostop en Hvar. Ahora bien, por lo que vimos y la experiencia pasada, la zona oeste de la isla parece muy asequible para conseguir transporte, especialmente entre Stari Grad y Hvar. En el este, sin embargo, puede resultar un poco más difícil porque hay mucho menos tráfico. Lo bueno, la mayoría de la gente que recorre ese tramo son locales que aprecian mucho al viajero y se animan a darnos un aventón. Es cuestión de tener un poco de paciencia.
A pie
Lamentablemente, Hvar no es una isla muy preparada para recorrerla a pie. Pese a tener todas las condiciones para ser un destino excelente para el senderismo, no existe una red de caminos ordenada. Aún así, si uno se organiza un poco, es posible caminarla y debe ser una manera genial de conocer la isla.
Dónde dormir en Hvar
La variedad de alojamientos en la isla es relativamente grande. Fundamentalmente se pueden encontrar:
- Hoteles: a partir de $50 la doble con baño privado (fuera del presupuesto mochilero)
- Hostel: en habitación compartida entre $12 y $20 por cama, baño también compartido
- Campings: entorno a los $20 la noche para dos personas, tienda y coche.
- Sobes: un tipo de alojamiento muy recurrente en Croacia. Pequeñas habitaciones en casas familiares, normalmente con desayuno incluido y la atractiva posibilidad de conversar con los locales. Se pueden encontrar a partir de $20 la noche.
Pese a que el free camping es ilegal en toda Croacia –como en la mayoría del sur de Europa-, Hvar es una isla relativamente grande, con poca presencia policial y muchos rincones bastante escondidos. Es fácil armar la tienda al anochecer y levantar temprano por la mañana. En los meses de verano, además, la opción del vivac –dormir al raso sin tienda- es más que posible. Recordar también que dormir en furgoneta o en el coche –el clásico carping– también es sancionable. Los croatas viven del turismo y entienden el hecho de no pagar por el alojamiento como una especie de robo. Es una decisión personal pero, como habréis visto, para nosotros dormir gratis bajo un manto de estrellas es una opción insuperable.
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