Salgo del apartamento cuando en los altavoces de una de las mezquitas cercanas resuena el adhan. Es la llamada a la oración a la comunidad musulmana en Mostar. Me detengo en una esquina donde el almuédano se escucha con total claridad. Cierro los ojos y me dejo llevar por su embrujo. Es un canto sencillo pero con matices, profundo. No sé porqué, me resulta extrañamente familiar y empiezo a escarbar en mis recuerdos. Y de pronto un recuerdo se cruza por mi mente. Me transporto a una estrecha calle de Sevilla, en otro viaje hace años. Recuerdo a una cantaora, con peineta y mantilla, entonar desde un balcón una sentida saeta. Los altavoces en Mostar callan pero en mi cabeza siguen resonando jondos ecos flamencos. Aunque no es exactamente eso lo que busco. Es algo más profundo que no logro recordar.
Son entorno a las cinco de la tarde y Gaby se ha quedado en la casa trabajando en este blog. Yo salgo con la misión de encontrar un centro comercial. Ya son seis meses de turnarnos la compu y necesitamos otro aparato para seguir trabajando a un ritmo eficiente.
Mi intuición me dice que debo girar la esquina a la derecha por Adema Buća, hacia la parte moderna de Mostar. Sin embargo, mis piernas parecen convencidas de tomar el camino largo. Les hago caso y en seguida me encuentro en Rade Bitange caminando hacia el empedrado de canto rodado del centro histórico. Ha llovido y en los huecos entre piedra y piedra el agua, estancada en absoluta calma, construye un espejo discontinuo.
Piedras que susurran historias
Parece que el aguacero ha espantado a los turistas porque por las calles sólo caminan lugareños, aunque el sol vuelve a brillar con fuerza. Me detengo unos minutos y observo las casitas otomanas que pueblan el centro histórico de Mostar. La madera de la marquetería y la piedra negra de los tejados contrastan con las encaladas paredes y la roca blanca que levanta los muros. Prolijamente ordenados, cientos de souvenirs de aire turco se amontonan en las tienditas de la calle y sus propietarios ven, hastiados, que la venta del día no va a crecer mucho.
Me siento en el saliente de una de las paredes, en medio de čaršija –el bazar que los otomanos colocaban siempre en el centro de sus ciudades-. Toco la roca centenaria y pienso en los siglos pasados. Todos los datos que nos dio Ivan en el free walking tour se amontonan. Percibo una historia de lucha por dominar estas tierras, bien situadas para el comercio entre dos continentes. Romanos, otomanos, austro-húngaros. Bosnios, croatas, serbios, macedonios. Fascistas, comunistas, demócratas. Las piedras de Mostar han visto pasar imperios, ideologías y religiones. Y yo me siento ignorante y pequeño, aunque satisfecho de poder entender un poco más de una historia convulsa de la que poco se conoce.
Stari Most, la reconstrucción de un símbolo
Sigo caminando y casi sin querer desemboco en el Stari Most. Icono de Mostar y de toda Herzegovina, este puente de mediados del siglo XVI simbolizó durante siglos la convivencia entre los diferentes pueblos de la región. Me asomo a las aguas turquesas del río Neretva, que divide la ciudad y contemplo los minaretes de las mezquitas. Es la primera vez que viajo a una ciudad donde se vive el Islam realmente y me siento fascinado por todo lo que me rodea.
De pronto, me doy cuenta que un grupo de turistas se agolpan junto a mi y un joven en bañador me pasa por delante, subido al muro del puente. Entrega a otro joven un puñado de euros y pide con gestos aplausos al personal. Después, y sin apenas inmutarse, se da la vuelta y se deja caer al vacío. No alcanzo a verlo, pero escucho como su cuerpo impacta con el agua, 23 metros más abajo. El grupo de turistas aplaude y yo termino de cruzar el puente, dejando atrás el bullicio, que se convierte en un rumor lejano.
93 y 94, memoria de cemento
Me desvío un poco de la zona turística. En mi callejeo me voy cruzando con decenas de edificios destruidos. Grandes moles de cemento, heridas por balas y metralla y a punto de venirse abajo, se reparten por toda la ciudad como memoria inerte de la guerra. La mayoría de los que quedan en pie son de propiedad municipal, pero no hay dinero para su restauración así que siguen viendo pasar el tiempo. En Mostar el cemento habla del horror y recuerda constantemente a la guerra.
Me cruzo con un cementerio en medio de la ciudad. La muerte se muestra cruda a los ojos del observador. Varios de los parques de Mostar, antes lugares de esparcimiento para la población, cambiaron de uso durante la guerra de Bosnia. Sitiados, los habitantes de la ciudad no podían salir para enterrar a sus muertos así que utilizaron los parques como camposantos. Pasear entre las lápidas desgarra las entrañas y los números 93 y 94 se repiten constantemente, clavándosele a uno en el alma. Pero la vida ha continuado en Mostar, como en toda la ex-Yugoslavia, y la gente sigue adelante.

Todas las lápidas tienen grabados los números 1993 y 1994, años de la guerra de Bosnia
Las gentes de Mostar
Recorro la comercial Maršala Tita, con sus negocios y sencillas terrazas. Una mujer vestida con un niqab negro pasa a mi lado esquivándome. Mientras tanto, una familia romaní se instala en la puerta de un supermercado. Uno de los niños, de unos 5 años, se me acerca y me pide dinero con desparpajo, en un inglés escueto, aprendido en la práctica diaria. “Money, money”. Le digo que no. Se molesta y frunce el ceño, como mostrando agresividad. Le sonrío mientras calo mi cigarrillo de líar. Se percata y me pide: “tobaco, tobaco”. Vuelvo a negarme mientras pongo la mano a la altura de su cabeza, como indicando su estatura, y le digo que es muy pequeño. “Pequeno, pequeno” repite a voz en grito y se marcha, sonriente.
Atravesando el puente de Tito, me fijo en las ruinas del Hotel Neretva, una muestra de la arquitectura austro-húngara que todavía queda por la ciudad. Tres jóvenes vestidos con pantalones de chándal pasan a toda velocidad en sus bicicletas. Una señora mayor, con un pañuelo atado a la cabeza, refunfuña y les maldice. Le sonrío y ella hace lo propio, dejando entrever los pocos dientes que le quedan. Pese a su carácter afligido, casi lúgubre, me gusta la gente de Mostar. No se porqué, les adivino respeto y sinceridad.
Miro a un grupo de hombres sentados en una terraza, conversando airadamente en un idioma del que apenas conozco media docena de palabras. No puedo entender nada de lo que dicen. Pero a veces el lenguaje del cuerpo dice más que las palabras. Uno de ellos señala a otro amenazante, mientras éste agita el periódico del día. Aquí, y en todo el Mediterráneo, es fácil distinguir una discusión política en una terraza de bar.
El caos político
Y es que en Mostar, y en todo el país, la situación política es un asunto de profundas discusiones y a la que todavía le queda un largo camino que recorrer. El gobierno democrático, constituido tras los Acuerdos de Dayton de 1995, se basó en la proporcionalidad étnica previa a la guerra, construyendo un sistema rotatorio para que los tres principales grupos étnicos se vieran representados. Pero la realidad es que dentro de los límites de Bosnia y Herzegovina conviven una federación –la de los bosniaks musulmanes y los croatas católicos- y una república –la Srpska, de los serbios ortodoxos-. Esto provoca que haya tres presidentes, que se alternan cada ocho meses durante los 4 años que dura la legislatura, y que genera vetos cruzados entre unos y otros, impidiendo casi cualquier clase de gestión estatal. Además, la corrupción es el pan nuestro de cada día en las instituciones y muchos de los habitantes están empezando a perder la fe en la política.

«Todos dieron algo. Algunos lo dieron todo»

«9 de Mayo, Día de la victoria sobre el fascismo. El nacionalismo mata». Pintada anarquista sobre un edificio derruido en el centro de Mostar
El centro comercial, viaje a un no-lugar de la globalización
De pronto me acuerdo de mi misión de la tarde y pregunto a un transeúnte por el mall –palabra universal-. Resulta que hay uno, cómo no, a pocos metros. Giro la esquina, recorro un par de calles y lo encuentro desde la distancia. Una mole de vidrio de cinco pisos con carteles de las mismas marcas que uno puede encontrar en Valencia o en Quito: McDonalds, Zara, Nike, Swatch; y algunas que tienen sonidos un poco más autóctonos. La globalización es una realidad también en los Balcanes.
Entro en este gigante vacío y de nuevo, tal como me ocurrió en Pula, me siento en uno de los no-lugares de Marc Augé. Cientos de personas lo recorren: grupos de jóvenes risueños, madres apresuradas arrastrando a sus hijos de la mano, hombres con traje y corbata tomando café de pie. Pero nadie se relaciona realmente con el entorno, es un lugar sin identidad ninguna y siento que es como estar en cualquier otro del mundo. Un lugar que deshumaniza y homogeneiza. Un lugar que corta completamente mi conexión con Mostar. Entro rápido en la tienda de electrónicos. Decepción, de opciones y precios, y huida rauda.
El aire melancólico
De regreso a la realidad, el sol ya se ha ocultado tras las colinas que rodean la ciudad. Camino por una calle oscura, sin apenas iluminación, y pienso en Mostar como conjunto. Todo posee un aura de desconsuelo y apatía, una especie de memoria inconsciente de los tiempos peores vaga por la ciudad. Es algo que atraviesa cada rincón.
Todo pasa lento a mi alrededor y los caminantes que me cruzo, aunque con la cabeza alta, miran siempre al suelo. Parece como si no quisieran levantar sus ojos a las fachadas. O como si ya estuvieran tan acostumbrados que no vale la pena ni alzar la vista. Lo siento como una especie de metáfora del carácter bosnio: entre la dignidad y la desidia.
Mostar es un lugar que no me recuerda a ningún otro en el que haya estado. Y eso me fascina y genera en mi una profunda sensación de bienestar, de descubrimiento de algo nuevo y maravilloso que me ayuda a entender mejor el mundo. Me reencuentro con mi yo viajero, con todos los motivos que me impulsan una y otra vez a salir a dejar la rutina y cargarme la mochila al hombro. Y pienso que quiero escribirlo todo.

En el edificio de Cristal de la plaza Spanski todavía se pueden encontrar casquillos de balas de la guerra
El bulevar de Mostar, desolación y división religiosa
Ya de regreso a casa paso por la plaza Spanski, la más grande de la ciudad y, probablemente, también la más desoladora. Se encuentra en la vereda del Bulevar de Mostar, una gran avenida que separaba –y todavía lo hace- la ciudad en dos. Del lado este, bosniaks; del lado oeste, croatas y serbios. Este bulevar representa la separación histórica de las repúblicas yugoslavas y muestra como pocos otros lugares de la ciudad, la devastación de la guerra.
En pocos metros a la redonda se mantienen en pie los esqueletos de varios edificios devastados. Más testigos inertes del sinsentido de un conflicto que escribieron unos y sufrieron otros. Símbolos para la memoria histórica. Amasijos de hormigón, ladrillo y piedra que representan la muerte y la desolación, pero donde la vida se ha ido colando poco a poco, inundándolos de colores verdes. Es una alegoría de lo que está ocurriendo en Bosnia y Herzegovina. La presencia de lo lúgubre deja lugar a los brotes de luz y vida, de esperanza y ganas de construir una tierra de paz.
El círculo se cierra
Camino por el barrio donde nos estamos quedando, muy cerca ya de casa, cuando los altavoces del minarete vuelven a entonar la última rutina del día. Entonces me acuerdo. Reconozco de nuevo la sensación que me costaba encontrar unas horas antes. Oigo con claridad la voz de Rocío Márquez a través de los altavoces de las minas de carbón de Santa Cruz de Sil. Y viene a mi memoria una lágrima resbalando por mi mejilla, escuchando el cante quedo, jondo como pocos en el flamenco, de la onubense en lo profundo de la mina. El círculo se cierra y Mostar se me desvela como uno de los mejores lugares de toda esta vuelta al mundo. Un lugar que es en sí mismo guerra y paz, memoria e historia, desacuerdo y reparación.
Nota: En 2012 la Unión Europea cortó las subvenciones a la industria minera en España. Sin alternativa laboral alguna y bajo la amenaza del cierre de la mina de Santa Cruz de Sil, en León, los mineros se encerraron en la mina esperando soluciones por parte del gobierno de España. Rocío Márquez, ganadora de la Lámpara Minera en el festival de flamenco más importante del mundo, se solidarizó con ellos y bajó a la mina a cantarles y darles ánimo.
Esperamos que esta entrada te haya transportado, al menos un poco, a una de las ciudades más sorprendentes de Europa. Recordar es una obligación para no cometer los errores del pasado y Mostar es un lugar perfecto para ello. Te agradecemos que puedas compartir y comentar, aquí abajo o en nuestras redes Facebook y Twitter.
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4 comments
Gracias por compartir vuestra historia alrededor del Mundo, me encanta leerles, a veces al leerles me remonto a mis días de estudio y viaje en Cuba y a las Venas Abiertas de América Latina un abrazo fraterno a Gaby y millón de bendiciones para ambos; gracias también por la mejor defición que le he leido a un mall: «Entro en este gigante vacío y de nuevo, tal como me ocurrió en Pula, me siento en uno de los no-lugares de Marc Augé. Cientos de personas lo recorren: grupos de jóvenes risueños, madres apresuradas arrastrando a sus hijos de la mano, hombres con traje y corbata tomando café de pie. Pero nadie se relaciona realmente con el entorno, es un lugar sin identidad ninguna y siento que es como estar en cualquier otro del mundo. Un lugar que deshumaniza y homogeneiza. Un lugar que corta completamente mi conexión con Mostar.» Bendiciones
Muchas gracias Freddy! Nos alegra que nuestros textos te traigan buenos recuerdos o te transporten a los lugares que describimos. Mostar es una auténtica pasada de ciudad y esa era justo la idea con el relato.
Ah, yo también lo leí Las Venas Abiertas de América Latina en mi primer viaje a Sudamérica y me cambió la vida. Un honor que de alguna manera nuestros textos te recuerden al maestro Galeano. Gaby te manda un fuerte abrazo!
Mi lectura ha sido muy rápida para desentrañar la incógnita. Enhorabuena a vosotros y a los autores del vídeo. Monstar no lo he visto pero se me ha apretado el corazón.
Y por cierto, he descubierto una faceta de Peter que desconocía: tan cerca … y tan ignorante !!!.
Besos
Gracias hombre! Me queda una duda, ¿cuál es esa faceta que has descubierto? Un abrazo