Viajando por la Costa Verde carioca, cerca de la bonita ciudad de Ubatuba, encontramos por casualidad la sugerente trilha das sete praias desertas. En cualquier parte del mundo, pero especialmente en Brasil, la promesa de una playa desierta despierta en nosotros una atracción salvaje, casi ancestral. Si la promesa no incluye solamente una, sino siete, no nos queda otra alternativa que coger la mochila y salir en su búsqueda.
Trilha en portugués significa camino o sendero y, por fortuna, todo Brasil está repleto de ellos. Para nosotros, y suponemos que para cualquier mochilero, el senderismo siempre es una bonita forma de viajar: conocer despacio un destino, hacer deporte y disfrutar de lugares aislados a los que la mayoría de turistas no llega. Así pues, a pesar de la amenaza de fuertes lluvias, abandonamos nuestra particular casa de vacaciones en Caraguatatuba y pusimos rumbo al paraíso.
LA TRILHA DAS SETE PRAIAS DESERTAS
Es un poco complicado encontrar la salida, pues el camino inicia en medio de una zona de casas de veraneo y no es fácil encontrar la señalización. Preguntad a los guardias de las urbanizaciones hasta encontrar los carteles de “Rota Pedestre”. Después seguirlas hasta que encontréis un estrecho senderito que va pegado a una valla de alambre –por el lado no asfaltado-. A partir de ahí, el camino no tiene pérdida.
El inicio es bien sencillo, sin apenas desniveles y a través de la bonita vegetación que ofrece la mata atlántica, que nos acompañará todo el camino. La primera playa que encontramos es la de Pérez, todavía algo poblada por pequeñas casitas de pescadores. La ruta continúa hacia Bonetihno. Nosotros, después de unos 40 minutos caminando bajo incesante lluvia, decidimos parar a cubrirnos bajo la palapa de un pequeño chiringuito, llamados quiosques en Brasil. Viendo que la tormenta no amainaba decidimos no estresarnos.
Abrimos un vino que veníamos cargando desde Buenos Aires –regalo de nuestra querida Kat- y sacamos la baraja de cartas. Y así dejamos morir las horas hasta que el sol empezó a caer y decidimos que ese sería el lugar donde pasaríamos la noche. Armamos carpa, comimos nuestras delicias (pan, queso y goiabada –que es básicamente un dulce de guayaba, barato y ultracalórico, por tanto amigo de los mochileros-) y soñamos con que la lluvia paraba y alguna estrella salía a nuestro encuentro.
A la mañana siguiente, temprano, desarmamos y seguimos camino bajo una fina lluvia. Pasamos por la preciosa Bonete, una gran bahía con palmeras que se mecen sobre la fina arena dorada, y nos dimos el baño nudista que estábamos esperando –y es que una playa así exige no llevar ropa puesta-. Nuestra favorita con diferencia.
A partir de aquí el camino empieza a complicarse: el desnivel se incrementa notablemente. Entre una playa y otra se sube y se baja por estrechos senderos en medio de la espesa vegetación. La tierra, de una arcilla anaranjada, es resbaladiza con la lluvia y hay momentos en que los árboles o algunas sogas puestas estratégicamente te ayudan a no enrojecerte el trasero –aunque yo no me salvé, todo sea dicho-. Pero el paisaje de Praia do Cedro lo calma todo. Es la más aislada y posiblemente la más bonita de la ruta, con piedras delimitando la cala, que forman una piscina natural perfecta para la práctica del snorkeling.
Desde Cedro el camino se adentra en la selva, de nuevo con fuertes subidas y bajadas que dejan ver por momentos la Ponta da Praia da Fortaleza, un espigón natural de roca que sobresale majestuoso en el mar. Al llegar a la playa que da nombre a la punta volvemos a la civilización. Fortaleza está repleta de lujosas casas de verano y algunos locales a pie de playa, aunque su playa es fantástica y da lugar a darse un último baño.
La ruta se puede continuar hacia Praia Brava da Fortaleza y Praia Vermelha do Sul, ambas aptas para la práctica del surf y todavía más lujosas. Pero nosotros, totalmente empapados y hambrientos, decidimos hacer dedo hasta alguna población cercana para emprender camino a Ubatuba (el bus de Fortaleza sólo pasa un par de veces al día, una temprano en la mañana y otra hacia las cuatro de la tarde).
CUÁNDO IR
Pese a la fama de clima tropical que tiene todo Brasil, la realidad es que en el sur y sureste, durante el invierno austral hace frío –de mayo a septiembre-. Además, Brasil es un país muy turístico, lo que provoca que las temporadas vacacionales puedan ser realmente asfixiantes y no se encuentren las playas tan “desertas” como uno pudiera esperar: diciembre y enero, Carnaval y Semana Santa son las fechas favoritas del turismo nacional y de los vecinos argentinos, que llegan por miles. Así pues, recomendamos evitar esas fechas y, si tuviéramos que elegir, probablemente nos quedaríamos con octubre o noviembre.
Dicho esto, nosotros la hicimos en abril, temporada de lluvias (muchas, en nuestro caso), y la trilha nos pareció fantástica. Con un poco de espíritu aventurero, cualquier mes es bueno. Os dejamos, sin embargo, un par de fotos de nuestros amigos de Nativos do Mundo (que nos las han cedido amablemente, muchas gracias!), para que veáis que aspecto tienen con sol.

Praia do Cedro, foto cortesía de Nativos do Mundo

Aguas de Praia do Cedro, foto cortesía de Nativos do Mundo
CÓMO LLEGAR
Toda la costa de la provincia de Rio de Janeiro está comunicada por una eficiente, aunque cara, cooperativa de transporte. La trilha no es circular, se puede empezar en Praia Dura o en Lagoinha, así que elegid lo que más os interese. Si venís de Ubatuba, podéis buscar los buses que van hacia Caraguatatuba o Mandaruba. Nosotros, que veníamos desde el otro lado, tomamos el que va de Caragua hacia Ubatuba y nos bajamos en Lagoinha (Bus Litoranea, 4,5 BRL – $1,30), una pequeña población con una bonita playa a orillas del Atlántico, desde donde se inicia la “Trilha das sete praias desertas”.
QUÉ LLEVAR
Si se desea hacer la ruta en un solo día bastará: ropa cómoda, gorra o sombrero para proteger del sol, un buen calzado (nosotros lo hicimos con las sandalias de trekking), comida para pasar el día, bloqueador solar, repelente de insectos (para los que crean que sirve de algo, no es mi caso) y equipo de snorkel.
Si se quiere, sin embargo dormir, una tienda de campaña puede ser útil por la lluvia, aunque en temporada de verano, con una red mosquitera bastará.

LO MEJOR: Pese a que está prohibido, acampar en una playa desierta no tiene precio. Ver caer el sol en soledad, dormir con el arrullo de las olas o quitarte las lagañas por la mañana con un baño… Como siempre en el freecamping, buscar lugares aislados y fechas poco concurridas.

LO MEJORABLE: La lluvia, aunque no nos molestó demasiado, hace que las playas no luzcan de la misma forma. El agua no se ve tan cristalina, el cielo no está tan azul y el baño no es tan refrescante. Eso sí, el verde de la mata húmeda es inigualable.
