Llegamos a Santiago de Chile por un único motivo, visitar a mi hermano Enrique que, como otros miles, salió del Estado español en busca de un futuro que allí se le negó. Pero una vez más, lo improvisado y lo inesperado se encontraron en Santiago. La enorme hospitalidad de Marta y Sebas, las buenas birras de mantenimiento con Sauquillo e Isa, la poesía de Valparaíso, la sorpresa del maestro Tito Puente y, por supuesto, el ansiado encuentro con Enrique. Chile lo tuvo todo -especialmente mucho alcohol-, y todo intenso y comprimido.
CARRETERA Y MANTA
Llegamos a San Pedro de Atacama por la frontera de Hito Cajón, después de tres días recorriendo el Salar de Uyuni y la preciosa Reserva Natural Eduardo Avaroa (os lo contamos aquí y os damos unos consejos para visitarla vosotros aquí). San Pedro es un pueblito agradable, muy rústico y pintoresco, aunque también uno de los más turísticos y caros de todo Chile, donde cientos de agencias ofrecen un sinfín de tours para recorrer las maravillas del desierto más árido del mundo. Pese a que no somos el tipo de viajeros a los que les gusta recorrer 2000 km metidos en un bus, el tiempo apremiaba y queríamos ver a mi bro. Tocaba pegarse el atracón de horas. Después de un rato de infructuoso parche en las calles de San Pedro –incluido un desagradable encuentro con los carabineros, amenazándonos con quitarnos toda nuestra artesanía-, tomamos un Turbus (27.000 CLP – $41) directo a Santiago de Chile.
Después de casi 24 horas metidos en el bus nos recibía con un caluroso abrazo Marta, amiga de toda la vida de Gaby. Minutos más tarde estábamos en su preciosa casa de Las Condes con, posiblemente, la mejor ducha de todo nuestra vuelta al mundo hasta la fecha –que incluía toallas limpias y mullidas, algo que cualquier viajero sabe valorar como corresponde-. Pero la hospitalidad no terminaba ahí: a la llegada de Sebas, nos invitaron a unas deliciosas hamburguesas gourmet, cervezas artesanales por doquier y hasta una botella de singani boliviano. La agradable conversación, entre risas y anécdotas de la infancia, duró hasta bien entrada la madrugada.
UN GUÍA DESPISTADO
Bien dormidos salimos al encuentro de Enrique, Rich desde los 5 años, al que le habíamos pedido que fuera nuestro guía particular por un día para mostrarnos el centro histórico de Santiago de Chile. Esperábamos que después de más de dos meses viviendo en la capital chilena, tuviera controlado el asunto. Nada más lejos de la realidad. El bueno de mi hermano no había hecho apenas turismo por la ciudad y casi no conocía los principales atractivos turísticos. Eso sí, en su laboriosa tarea de buscar trabajo, currículums en mano, había recorrido a pie casi toda la ciudad y era un experto conocedor de las callejuelas del centro histórico, donde estaba instalado desde su llegada. Al final, el despiste de nuestro guía nos permitió recorrer desde otra óptica.

El Edificio de Correos de Chile, en el Centro Histórico de Santiago

De risas frente al Palacio de la Moneda, la sede de la Presidencia de la República de Chile
Santiago de Chile tiene el sabor de las grades metrópolis europeas pero con un indiscutible toque latinoamericano. Enormes edificios monumentales como la imponente Casa de la Moneda, la Biblioteca Nacional, el Teatro Municipal o los Museos Nacionales de Historia Natural o de Bellas Artes. Grandes alamedas con árboles centenarios, pobladas de tráfico rodado y de viandantes que pasean al solaz de la tarde. El eficiente servicio de autobuses metropolitanos y la atestada red de Metro. Muchas, muchísimas facultades universitarias, regadas por toda la ciudad. Y sus cerros. Chile es una ciudad de cerros donde salir a caminar o a hacer deporte, el más céntrico es el Cerro Santa Lucía. Nosotros lo recorrimos todo a ritmo pausado, parando a comer unas tradicionales empanadas de pino y escuchando en cada esquina la característica tonadita chilena, po’ hueón, siempre en agudos.

En el Cerro Santa Lucía
EXPATRIADOS POR SANTIAGO DE CHILE
Ya por la tarde nos acercamos a casa de Isa y Sauquillo, dos amigos de la infancia de Enrique a los que éste ha usurpado el sofá como residencia. Informático y casi veterinaria, los dos se fueron a Chile para que Isa termine sus estudios y, al regreso, probar suerte en España. Pero la cosa no está fácil. En el momento que escribimos este artículo, casi 10 años después de la –mal llamada- crisis que azotó los sistemas financieros de medio mundo, la tasa de paro en el Estado español supera el 20% y la de paro juvenil alcanza un escandaloso 42%. Tras casi 10 años de salvajes recortes sociales que han debilitado mucho el sistema de bienestar español (educación, salud, pensiones, vivienda, cultura, dependencia…), la situación sigue siendo trágica. Los anunciados brotes verdes se quedaron en eso, en brotes. Y los mismos de siempre: la clase política, las grandes fortunas, la banca… ellos siguen viviendo a todo lujo, entre el yate y las vacaciones de maletín a Suiza. Y como Isa y Sauquillo, cientos de miles de jóvenes tienen que salir a buscar un futuro digno a otros países, como otrora hicieran nuestros abuelos.
A la noche salimos a cenar al barrio Bellavista (Metro por 600 CLP – $0,9), la zona de fiesta de la ciudad, para encontrarnos con otro expatriado, Tito, que vive desde hace años en Holanda, donde sí valoran muy bien su talento y capacidad. Nos reunimos también con Marta y Sebas que, Tripadvisor en mano, sugirieron Dominica Pizza, donde disfrutamos de unas enormes y sabrosas pizzas por un precio bastante asumible para ser Santiago de Chile (nosotros gastamos 12.000 CLP – $18 cada uno, aunque con 1 sola pizza comen dos tranquilamente). “Carreteamos” por Bellavista hasta bien entrada la noche.
La resaca del día siguiente nos dividió. Mientras Gaby se quedó en casa de Marta y Sebas, yo me subí con la tropa expatriada al quincho del edificio de Isa y Sauquillo para asar algo de carne y tomar unos rones.
VALPO LO HIZO
Así titula el gran punkautor Chinoy una de sus mejores canciones. Valparaiso era una cuenta pendiente que queríamos saldar. Hacía años que queríamos recorrer las estrechas e intrincadas callejuelas del Centro Histórico –patrimonio de la UNESCO-, subir a los ascensores que comunican los cerros con la parte baja de la ciudad y conocer una de ciudades latinoamericanas más proclives al arte urbano.
Tomamos Turbus (3.000 CLP – $4,5; ida y vuelta) y en apenas dos horas estábamos frente al Pacífico. Después de buscar por toda la ciudad, nos quedamos en el Hostal Mítico, un lugar con muy buena onda y bien ubicado, que ofrece camas en habitaciones compartidas por 6.500 CLP (unos $10).
Y efectivamente, Valpo no defraudó. Una ciudad preciosa, una especie de museo al aire libre, entre ajado y coloreado, con cientos de recovecos preciosos. Agradable caminar sus calles, conocer su curioso mercado, contemplar los barcos atracados en el puerto por falta de turistas y las grandes grúas y contenedores del puerto industrial. La recorrimos de punta a punta en varias ocasiones, sólo dejándonos llevar por el instinto. Ya por la noche nos dimos un homenaje de sushi en Tama, financiado por nuestros progenitores (¡gracias viejos!), y bebimos cerveza hasta tarde, compartiendo historias de viaje y de vida.
De Valpo, dicen que vale mucho la pena visitar La Sebastiana, una de las casas de Pablo Neruda que fue reconvertida en museo. Nosotros no lo hicimos porque el presupuesto se fue en la cerveza de la noche anterior, pero si que subimos hasta allí para poder admirar las vistas, algo muy recomendable. Cuesta 6.000 CLP la entrada normal o 2.000 CLP si tienes carnet de estudiante (casi $9 o casi $3).
DESPEDIDA
Ya de regreso en Santiago, continuamos con la tónica habitual que estábamos llevando: comer y beber a lo loco. Gaby se quedó en casa con Marta y Sebas, comieron y bebieron vino hasta tarde. En mi caso, compramos un enorme costillar de cerdo que cocinamos durante 4 horas a fuego lento, al estilo de South Carolina.
Y así nos despedimos de Chile, muy agradecidos con gente a la que queremos y que nos trató muy bien. Esperando que los que están bien, sigan bien. Y, claro, que los que quieren volver a su tierra y ser valorados por lo que son, puedan hacerlo y vivir con dignidad.
8 comments
No soy nada imparcial ni falta que hace…. Me ha gustado y emocionado
Ni falta que hace!
Me encanta leerte. Sigue así me lo estoy pasando fenomenal.
Gracias! Nos alegra que te guste, seguimos en marcha.
Idem a lo de Mati
Gracias por tu extenso comentario, jajaja! Un abrazo 😉
[…] Bolivia, disminuimos notablemente nuestro consumo, pero cuando nos decidimos a seguir al sur hacia Santiago de Chile y luego Buenos Aires, sabíamos que nuestras intenciones tendrían que ser […]
[…] Bolivia, disminuimos notablemente nuestro consumo, pero cuando nos decidimos a seguir al sur hacia Santiago de Chile y luego Buenos Aires, sabíamos que nuestras intenciones tendrían que ser […]