Hace unos años, cuando estudiaba la carrera de Educación Social, un profesor llamado Paco Jodar nos puso un documental sobre un proyecto educativo en Tirana, Albania. Era una reflexión sobre los no lugares y la manera en que crecían las ciudades contemporáneas. Despojadas de toda identidad, creciendo enfocadas en cumplir unas expectativas que no eran las de sus propios habitantes sino las de un mundo globalizado lleno de estándares inútiles. Aquel documental y aquel profesor me descubrieron algunas ideas que, todavía hoy, rigen mi forma de ser y de pensar. Por eso Tirana tenía para mí algo especial. Me permitía conocer y reconocer lo que el paso del tiempo había hecho con la ciudad. Esto es lo que encontramos.
LA TIRANA COSMOPOLITA, LUCHA POR EL SUEÑO OCCIDENTAL
El centro de la capital albanesa es el propio de una metrópolis viva, moderna y en constante crecimiento. En sus calles, la nueva arquitectura de acero y vidrio –de las multinacionales que van aterrizando inexorablemente en el país- empieza a rodear a los viejos y grises edificios de los tiempos comunistas. Los nuevos ricos se endeudan para conseguir un Mercedes Benz último modelo, el más codiciado tesoro al que puede acceder un albanés, símbolo inequívoco de alto estatus. La mezquita de Et’hem Bey, reabierta sólo después de 1990 –cuando el país dejó de ser ateo por ley y permitió la práctica de la religión-, entona la llamada a la oración bajo la ausente mirada de la Torre del Reloj.
Los cafés y restaurantes hip se han instalado, con calculada ironía, en lo que algún día fue el barrio de los funcionarios del régimen de Hoxha, al que los ciudadanos corrientes no podían entrar. El tráfico atiborra las calles que rodean la Plaza Skanderbeg, héroe nacional y símbolo de la lucha por la libertad, mientras los peatones se lanzan a la calzada esperando no ser atropellados. Y hasta los transformadores de la ciudad han sido convertidos en lienzos y hoy decoran la ciudad con motivos de la cultura pop.

Las ruinas de la Pirámide de Tirana, construido para albergar el museo de Hoxha, se convirtió después en centro cultural y terminó abandonado. Se puede subir por las rampas, pero cuidado con la bajada…
El centro de Tirana se mueve veloz, apresurado, como persiguiendo al resto de capitales que tratan de ganarse un lugar en el ansiado olimpo de la UE. Una ciudad que grita a los cuatro vientos que puede ser como cualquier otra, que ya ha logrado despojar al centro de su propia identidad. Que ya se ha doblegado a los designios de la globalización en pos de un futuro próspero, mejor. Que la promesa del primer mundo está lista para hacerse realidad. Los recuerdos de un comunismo oscuro apresuran la construcción del no lugar.
El comunismo de Enver Hoxha
Entramos dentro de La Nube de Tirana, una escultura geométrica y funcional en el centro de la ciudad, pensada para que se pueda usar como punto de encuentro. Mientras todos nos sentamos sobre los diferentes escalones de la escultura, Giza, nuestro guía del free walking tour, coge la silla del guardia de seguridad, la coloca en el centro y se sienta. Está listo para impartir su clase magistral de historia, su alegato anticomunista, su experiencia de vida como joven criado durante la dictadura de Enver Hoxha. Y así lo hace.

La Nube de Tirana
Sin prisa, nos cuenta como durante el régimen, Albania perdió a cualquier aliado internacional por los caprichos del dictador. Se enemistó primero con Tito, por blando, por no imponer un socialismo puro y dar espacio a algunas libretades. Después con la Unión Soviética, por el reblandecimiento del régimen que provocó la muerte de Stalin y la llegada de Krushev. Finalmente con China, con quien, pese a la larga relación de amistad –parece que hasta en un himno comunista chino se citaba a Albania como aliada-, terminó también rompiendo lazos. Así, Albania se convirtió en una de las mayores autarquías contemporáneas, aislada del mundo entero.
Nos cuenta que durante los casi 40 años que duró, el comunismo prohibió por ley la religión y se declaró el primer país ateo del planeta –encarcelando o incluso asesinando a los que practicaban cualquier culto-. Que salir del país estaba prohibido y que, si alguien lo hacía, perseguían incluso a su familia por no haberlo educado con los valores albaneses y haber dejado que se convirtiera en un traidor a la patria. Que apenas había comida, racionada con cartillas, o que la propaganda era salvaje en el único canal de televisión del país, que retransmitía durante cuatro horas al día.
Incluso tiene preparados sus alegatos contra los que le preguntamos por las cosas buenas que hizo. Sí, se instauró un sistema de sanidad pública gratuita que cubría a todos los habitantes del país. Sí, el analfabetismo bajó del 90 a menos del 10% durante los años del régimen. Sí, había pleno empleo y todo el mundo tenía una responsabilidad en la sociedad. Sí, sí, sí. Sí a todo, pero… Pero la corrupción era generalizada, el aislamiento salvaje y la paranoia del líder con un inminente ataque –tanto de soviéticos como de estadounidenses-, le hizo malgastar una enrome cantidad de presupuesto en la construcción de más de 700.000 búnkeres, que todavía hoy se encuentran repartidos a lo largo y ancho del país.

Un búnker, un trozo del Muro de Berlín y restos de un campo de concentración de presos políticos del régimen de Hoxha
Giza, como algunos de sus hermanos, migró a EE.UU. para estudiar y es un firme defensor del capitalismo, que permite a todos triunfar si trabajan lo suficiente. En el país donde todavía no hay McDonalds, ha llegado finalmente un KFC, levantado justo al frente de la casa de Enver Hoxha, discreto recordatorio de quién va ganando la batalla. Para muchos jóvenes, los efectos del comunismo derivaron finalmente en el amor por la estafa del sueño americano.

La casa de Enver Hoxha, en el barrio de los altos funcionarios del Estado
LA TIRANA POPULAR, LUCHA POR LA TRADICIÓN
En las afueras, a diferencia del centro, la ciudad demuestra un pulso muy diferente. En el camino a nuestro hostal, con la habitación doble más barata de la ciudad –aunque muy decente-, encontramos la vida de barrio, la Tirana popular. Las señoras arrastran sus carro de la compra de tienda en tienda mientras un grupo de hombres conversa en las terrazas, ya con los posos del café secos al fondo de la taza. Un grupo de jóvenes se esconde para fumar en el claroscuro de un callejón sucio. Los viejitos pedalean en sus bicicletas casi centenarias por el centro de la calle, ralentizando el tráfico en su protesta cotidiana por una ciudad para todos. Y en los alféizares de las ventanas crecen tímidas algunas flores.
La Tirana tranquila se resiste al paso del tiempo y todavía permite que las cabras circulen por el asfalto. Es esa Tirana en que la tradición se defiende de el aplastante avance de la modernidad, en la que las calles viven al ritmo de sus habitantes y no al revés. Es la lucha diaria por conservar una forma de vida.
La modernidad que trajo la miseria
“Si inviertes 100, en un mes tendrás 200, ¡así de fácil!” Con esta promesa se presentó el capitalismo en Albania a mediados de los noventa. En un país donde no había estructura bancaria ni conocimiento financiero alguno por parte de la gran mayoría de la población, las consecuencias fueron terribles. La gente creyó, animada incluso por el gobierno democrático, que eso era el capitalismo que les habían estado ocultando durante el régimen e invirtió en un sistema piramidal a gran escala. Como era esperable, los beneficios nunca llegaron y los organizadores desaparecieron pronto con los ahorros de medio país. Tirana, y toda Albania, se vieron sumidas en el caos absoluto: pobreza, inseguridad, proliferación de armas y mafias…
Muchos todavía lo recuerdan con escalofríos. Se resisten a que la modernidad les atraviese y se lleve por delante lo que son y lo que han sido. La memoria como herramienta de supervivencia, de resistencia.
LAS DOS TIRANAS, LUCHA POR EL CONSENSO
Tirana es una ciudad bicéfala. Son dos mundos que pugnan por hacerse su espacio dentro de la urbe. Dos formas de entender la sociedad que luchan por convivir y llegar a acuerdos. Tirana es el paradigma de un pueblo enfrentando su propio futuro. El de aquellos albaneses sienten que merecen, de una vez, todo aquello que su convulsa y oscura historia les ha negado. El de los que, por el contrario, se aferran al pasado y observan impotentes como el mundo occidental trae a sus puertas la desigualdad y la violencia y les lleva inexorablemente a perder su identidad como pueblo.
El gobierno sigue registrando altas tasas de corrupción y la capital se desarrolla sin control mientras las zonas rurales parecen cada vez más abandonadas. Giza nos dice que Albania necesita un cambio fundamental: “dejar de buscar al hombre, al líder, para empezar a creer en la institución”. Mientras tanto, Tirana y sus gentes siguen esperando un consenso que permita construir una ciudad de todos y para todos, un ejemplo de tolerancia y armonía para el país y el mundo. Esperamos que así sea porque Albania y su pueblo lo merecen.
4 comments
Me trasladé a Tirana. Siento que es un relato válido para muchos otros lugares. Gracias por compartir
Gracias Mali! Pues sí, muchos lugares siguen viviendo en esa dualidad. Un abrazo muy grande desde la frontera con Grecia!
Muy bien narrado, da ganas de hacer una visita…
Gracias Carlos! La verdad es que Tirana es una de las capitales los más interesantes de las que hemos visitado en Europa. Y en general Albania es un país por descubrir, y muy barato, que siempre ayuda! Abrazo