Salimos en el bus Azuay Internacional de las 21:30 con destino a Chiclayo, Perú ( Pasaje a $20). Vamos con poco tiempo. En casi tres meses debemos cruzar Sudamérica hasta llegar a Brasil para abordar el avión que nos llevará de Sao Paulo a Lisboa, teníamos pensado pasar por el norte de Perú lo más rápido posible. Las opciones para cruzar la frontera de Ecuador a Perú en bus son llegar hasta Lima, desde Guayaquil o Machala; o no irnos tan lejos sino llegar sólo hasta Chiclayo desde Cuenca, y aunque sabemos que la tenemos, la prisa mata. Elegimos cambiar los planes de viaje apurado y llegar primero a Chiclayo para eventualmente descansar en Huchaco, un paraíso mochilero.
Cómo fue el bus para cruzar la frontera de Ecuador a Perú
Como es habitual en estos largos buses sudamericanos, disfrutamos de una película de acción sin argumento alguno para dormir. Nos despertamos a la 1 de la madrugada en la frontera de Huaquillas. Cruzar la frontera en sí, es sencillo. El trámite migratorio es de lo más sencillo y en menos de 10 minutos tenemos nuestro sello de salida de Ecuador y nuestro sello de 90 días de turista en Perú. Todo el trámite llevado a cabo en la misma oficina, sólo acabas la fila de Ecuador y das un paso a la derecha para la del Perú (lo del paso a la derecha es tanto literal como simbólico políticamente).
El bus se pone en marcha de nuevo y en pocos minutos encontramos las primeras poblaciones peruanas. Es curioso cómo cambia el paisaje de un país al otro. Petroamazonas se ha convertido ahora en Petroperú. El verde chillón de Alianza País pintado en todas las paredes ecuatorianas da paso al rojo y blanco. Y el verde oscuro de las plantaciones de palma de la provincia de El Oro se convierte en el yermo desierto que puebla los varios miles de kilómetros de costa peruana.
Durante la madrugada, linterna en la cara y muy poca educación. La policía nos despierta dos veces. Están registrando en busca de quién sabe qué. En el primer caso les mostramos la mochila pequeña y siguen con su inspección. En el segundo atosigan a algunos pasajeros que llevan maletas viejas o costales en el maletero del bus, sacan casi todo el contenido y lo desparraman en la acera. El chofer del bus sube, un poco avergonzado pero acostumbrado con unas camisetas para que el dueño que las reconozca le acompañe afuera a que pueda rehacer su equipaje. El Peter se volvía a dormir con cada parada, yo tras la primera visita policial ya me quedé inquieta. Bus de noche y con policías omnipotentes… Sé que ahorramos tiempo al viajar de noche, pero no dormí casi nada. Hubiera querido encontrar un bus para viajar durante el día pero no lo hubo.

Una de las parada de la policía peruana en la noche
Cambiando dólares a nuevos soles en Chiclayo
Llegamos a la ruidosa Chiclayo después de 13 horas en el bus. Y solamente con bajar nos damos cuenta de que no queremos quedarnos mucho allí. Cientos de carros y mototaxis –los clásicos tuk-tuks que recorren las calles de medio mundo- compiten por el asfalto mientras el pobre peatón debe lanzarse a la vía esperando que alguien se compadezca y le dé paso. Después de unas cuadras encontramos algunos bancos, sobre la calle Batra, arteria del centro de la ciudad.
Como en Ecuador nos cobran el 5% de salida de capitales al sacar con tarjeta, que es nuestro método favorito para conseguir la moneda local, intentamos cambiar los dólares que ya llevábamos en efectivo por nuevos soles. Lamentablemente como en Ecuador siempre se usa dólares, no los ‘cuidamos’ y nuestros billetes están manchados –acuérdate de que tienes que conseguir tu moneda local en el mejor estado posible si quieres cambiarla en otra parte del mundo- y en el banco peruano se rehúsan a cambiarla. Nos arriesgamos pues con los cambistas de la calle, que nos dan un par de céntimos menos que el tipo de cambio oficial del día. Ya con divisa local, de nuevo al sector de las terminales, a unas cuadras del centro, conseguimos un pasaje a Trujillo.
El desierto entre Chiclayo y Trujillo
Cientos de montículos de escombros se agolpan, algunos todavía humeando pues no ha concluído su incineración insalubre, perfectamente alineados a la orilla de la carretera entre Chiclayo y Trujillo. Sobrecogen las dimensiones de infinita llanura desértica, ahora convertida en un gigantesco vertedero. Pese a la basura, da la sensación de que uno avanza por un paisaje de otro planeta, en el que cuesta imaginarse la vida fuera de las ciudades. Pero según el bus (Emtrafesa, S/15 – $5) va recorriendo la ruta, vamos encontrando pequeñas y polvorientas poblaciones asentadas cerca de las riberas de los ríos. Todas las construcciones se camuflan al estar hechas con ladrillo de adobe de la misma tierra que el desierto. El paisaje alterna el desierto con productivas zonas de cultivo de maíz, habas e incluso arroz.

Mini cerros de escombros en el camino entre Chiclayo y Trujillo

El rojo y el blanco, colores favoritos de los políticos peruanos
Ahora sí, la tranquilidad mochilera de Huanchaco
Llegamos a Trujillo y decidimos tomar el bus urbano directamente a Huanchaco (S/1,5 – $0,5), una pequeña población costera a escasos kilómetros de la ciudad. Buena decisión. No lo sabíamos en ese momento pero Huanchacho llegó a grabarsenos en la memoria y entró en nuestra lista de los 10 Mejores destinos mochileros de Sudamérica. Resulta ser un pequeño pueblo con aire tranquilo, algunos bares y restaurantes en la primera línea del mar y una pequeña comunidad de hippies artesanos que dejan pasar el tiempo esperando la compra que les arregle la cena. Huanchaco, además de esto, es un pueblo muy conocido por los famosos caballitos de totora: embarcaciones usadas para la pesca, hechas a base de los tallos y hojas de una planta acuática y que se llevan construyendo desde hace más de 3000 años –hoy las rellenan de poliexpan, adaptándose a los tiempos… A lo largo de la playa reposan estas embarcaciones que los locales siguen utilizando para la pesca a día de hoy.

Gaby junto a los caballitos de totora
Buscamos un lugar donde poder acampar para estrenar la tienda en este viaje pero por el camino encontramos una habitación de las que nos gustan: barata, diminuta y calurosa, en el Hostal Giovi (Calle Unión 418). Los dos por S/25 ($7,5). Nos lanzamos a caminar el pueblo y a disfrutar de una merecida comida –las galletas María habían sido el menú del día-. Encontramos un lugar en la playa en el que, regateando, conseguimos un copioso menú por S/10 ($3) cada uno (ceviche + lomito saltado + cola). Todavía tenemos tiempo de dedicarle un rato para tendernos en la calle con nuestras artesanías, que serán una de las formas con las que financiaremos el viaje (pronto un post con formas de financiar un viaje como mochileros).
Y para cerrar el día, una de las cosas más espectaculares de Huanchaco: la puesta de sol. El muelle y los caballitos de totora alineados en la playa le dan ese toque peculiar a las siempre preciosas puestas de sol en el Pacífico.
Buenas, Pacífico. Buenas, Perú
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2 comments
Precioso. Vuestra artesanía tiene éxito?
La verdad es que no nos podemos quejar, nos ha ido bastante bien. Sobretodo en Cuzco y Aguas Calientes. Pronto un post sobre como parchar y los mejores lugares de nuestra ruta hasta la fecha!