A orillas del majestuoso Lago Titicaca se levanta la pequeña Copacabana. Esta paradisíaca población, de nombre sugerente, hace las veces de refugio a mochileros internacionales y artesanos latinoamericanos. Además, es una excelente base para explorar las maravillosas islas del lago, cuna de la civilización inca. Nuestra recomendación, sin lugar a dudas, es la Isla del Sol, un paraíso mochilero.
EL MAGNETISMO DE LO COTIDIANO
Unas pocas calles polvorientas suben la ladera desde la orilla. Los hostales, restaurantes y bares turísticos lo ocupan todo en las cuadras principales del pueblo mientras que, en las afueras, los oriundos del lugar pueblan edificios de dos o tres plantas de ladrillo visto y hormigón. Pudiera parecer un pueblo boliviano cualquiera, pero lo cierto es que Copacabana tiene un encanto especial.

Gaby pasea por la calle principal de Copacabana

Gaby desayuna el tradicional api en el Mercado
Lo primero que llama la atención es el gigantesco lago Titicaca, el más alto que se puede navegar en el mundo, enclavado a 3800 msnm. Y es que parece que uno está en una playa frente al océano pero, allá a lo lejos, en el horizonte, la cordillera nevada se asoma entre las nubes regalando un paisaje único en el mundo –especialmente al atardecer-. Y seguramente esto sea lo que atrae a tantos turistas y viajeros de todas partes, pero hay algo más. Algo hace magnético a este lugar y provoca que la gente se quede semanas, incluso meses. Seguramente es la posibilidad de parar a descansar en un ambiente tranquilo, sin la hostilidad del tráfico, el peso en la espalda o las prisas del viaje. Tal vez sea porque Copacabana ofrece al viajero una especie de cotidianidad que la hace agradable. Algo así como una vuelta, de algún modo, a un sistema de vida estructurado en el que no hay que hacer cada tres días la mochila y partir hacia otra parte.

La monumental Catedral de Copacabana no cuadra mucho con el resto del pueblo

Pobladores de todas las localidades de alrededor, llegan cada día para bendecir sus carros.
Cada uno se busca la vida como puede. Los artesanos pueblan la calle principal, conviviendo en armonía con viajeros que atraen clientes a los restaurantes a cambio de comida y posada. Algunos vagan también por las calles ofreciendo hamburguesas veganas o brownies mágicos. Los músicos se pasean guitarra en mano buscando algún lugar donde entonar sus melodías. Y los demás, los demás sólo se dejan seducir: compran pulseras o aretes, llenan las gorras, comen pizzas de 20 dólares… Hay un sito para cada uno en Copacabana.
Nosotros nos quedamos, junto con una rica variedad de personajes de nuestra especie, en el Hostal San Cristóbal. Pagamos unos mínimos 30 bolivianos la habitación doble ($4,7). Parche, blog y paseo por la playa para disfrutar de una de las mejores puestas del sol que hemos visto. No en vano Copacabana forma parte de nuestros 10 mejores destinos mochileros de Sudamérica.
LA ISLA DEL SOL, ENERGÍA ANCESTRAL
Un día ya muy lejano, el Dios Inti decidió echar un vistazo para ver cómo iban las cosas por el mundo. Horrorizado, se dio cuenta de que los hombres y las mujeres vivían en discordia, no conocían la agricultura ni el uso de herramientas. Decidió que tendría dos hijos, Manco Cápac y Mama Ocllo, para enseñar a los seres humanos. Así, de la “Roca Sagrada” o “Roca de los orígenes” de la Isla del Sol surgirían los primeros incas. Ella enseñó la artesanía y él los rudimentos y técnicas de la agricultura. Al ver Inti que las cosas marchaban bien, decidió mandar a sus hijos a tierras fértiles y prósperas para fundar una ciudad que fuera la cuna del Imperio del Sol. Se fundaría así la ciudad del Cusco y el imperio inca, que años después gobernaría prácticamente toda la cordillera de Los Andes.
Así reza la leyenda que todavía hoy cuentan los moradores la Isla del Sol. Escépticos o no, lo cierto es que esta isla de 14 km2, cuentan que la más alta del planeta y que le da nombre al lago –la isla se llamó antes Titicaca-, tiene algo de antiguo, de mitológico, de primigenio. Varios pequeños sitios y ruinas arqueológicas se reparten a lo largo y ancho de la isla y si recorrerla es algo muy recomendable, acampar en alguna de sus playas es simplemente mágico.
DE PRECIOS Y DESPRECIOS
Para llegar a la Isla desde Copacabana hay que tomar alguno de los muchos botes que salen temprano en la mañana (también servicio a media tarde). Hay dos destinos posibles, el puerto sur y el norte. Se vende el clásico tour de un día, desembarcando en el norte, visitando algunos lugares de interés y caminando hasta el sur para regresar a Copacabana, por entre 40 y 50 bolivianos ($6,25-$7,75). No lo recomendamos porque no permite quedarse a dormir y hay que hacerlo todo muy deprisa.
A nosotros, que íbamos cargados y queríamos acampar, el puerto norte nos era más conveniente (si se va ligero, se puede cruzar la isla a pie y disfrutar de unos paisajes preciosos). El boleto sólo ida al norte puede conseguirse por unos 20 bolivianos ($3) y se puede comprar en las agencias turísticas del pueblo o, mejor, en la caseta del embarcadero. Incluso, llegando justo antes de la salida, se pueden conseguir mejores ofertas (para el de regreso preparar 30 bolivianos ($4,6), te tienen atrapado y sólo hay una coperativa que realiza el viaje).
Después de unas dos horas y media de plácida navegación (si se va abrigado, tomar los asientos que hay sobre el techo del barco para disfrutar de las vistas) se desembarca en el puerto norte y llega la «sorpresilla» de las entradas. En la comunidad te quieren cobrar 10 bolivianos por persona ($1,5) para ir acompañado de un guía durante la visita y visitar un pequeño museo. Nosotros estamos absolutamente a favor de colaborar con los proyectos de turismo que aportan al desarrollo de las pequeñas comunidades, pero hay algunas cosas que no nos cuadraron mucho en este caso:
En primer lugar, estuvimos hace 9 años en la Isla y la comunidad que ahora puebla la zona norte, literalmente, no existía –cada uno que opine-. En segundo lugar, nosotros no íbamos a utilizar los servicios del guía ni entrar al museo y entendíamos que nos estaban cobrando por transitar por un lugar público o, en cualquier caso, propiedad del estado boliviano. Y, por último, nadie te avisa en ninguna parte de que hay que pagar para entrar y cuando llegas te das cuenta de que hay que hacerlo para casi todo (si quieres recorrer la isla entera acaba saliendo por 35 bolivianos ($5,25): los 10 ya mencionados; otros 20 por caminar del norte al sur a través del sendero que los une; y otros 5 por entrar al pueblo del sur).

Gaby por los caminos de la Isla, poblada de terrazas de tiempos incaicos
La sensación que tuvimos es que se estaban aprovechando de nosotros así que, conversamos con un buen señor y le dijimos que íbamos a caminar por nuestra cuenta. Así lo hicimos, por un precioso camino que va subiendo por la escarpada ladera de la isla, con hermosos paisajes de playas transparentes. Hasta que llegamos al siguente “checkpoint”. Otro buen señor nos pidió el boleto y le volvimos a explicar que solamente íbamos a caminar por la isla. Nos dejó pasar a regañadientes.
Ya próximos a llegar, con las expectativas enormes de darnos un baño en las frías y límpidas aguas de una playa añorada, nos topamos con la tercera barrera. Esta vez infranqueable. Una señora con muy poca educación nos dio el alto, argumentando que para ver las ruinas había que pagar. Pese a insistir en que no queríamos ver las ruinas sino bajar a la playa a acampar, la señora no cedió en su empeño y nos grito con gran poder de convencimiento: “¡ya están en las ruinas y tienen que pagar aunque no las vean!”. Pagamos los 10 y desistimos de caminar hasta el sur al otro día para ahorrarnos el resto de “entradas”.
AGUA, FUEGO, VINO Y ESTRELLAS
El enfado se nos pasó rápido –que no era por el dólar y medio sino por la forma de exigirlo-. Después de una limpieza de piedras y un buen trabajo de acolchonamiento con arena, armamos nuestra carpa al abrigo de unas rocas. Personalmente, me ilusionó mucho volver a estar, 9 años después, en el lugar donde encontré a otro Pedro. En la playa, un grupo de músicos hacía yoga en el muelle antes de desarmar sus carpas para regresar. En el otro extremo, un chileno que recorre América en busca de triángulos de poder, paseaba tranquilamente. Lo demás, sólo sol, agua, tierra y aire.

Nuestra carpa en el paraíso, con Gaby en el muelle haciendo yoga
El día: relajados, leyendo, recogiendo pequeñas ramitas secas, dejando correr las horas, disfrutando del silencio, haciendo yoga, bañándonos en las heladas aguas… Todo en el Titicaca pasa despacio y queda hondo.
Y, la noche: fuego para soportar el aire gélido, vino boliviano para calentar el espíritu y estrellas, miles y miles de estrellas cubriendo el cielo. Todo en la Isla del Sol se siente con especial intensidad y se graba a fuego en la memoria.

Fuego y vino boliviano, remedio infalible para el frío
Algo nos dice que no será la última vez que estemos en ese lugar. Y es que, a diferencia de otros muchos sitios en el mundo, en el Titicaca ninguna placa te cuenta que si haces nisequé cosa allí, tendrás que volver. En el Titicaca, es la Pachamama la que te invita a regresar. ¡Y así será!
7 comments
Hermoso relato y fotos. Me dio ganas de conocer Bolivia. Besos
Gracias Cris! A nosotros Bolívia nos ha encantado ya que tiene casi de todo: cordillera, selva, ciudades preciosas y, sobretodo, el desierto de sal más grande del mundo. Atenta que pronto publicamos post sobre el Salar de Uyuni, nuestro favorito boliviano! Un abrazo
Quina alegria llegir-vos i vore que esteu mel… envidia pero de la mala, cabrons!! disfruteu molt i ens trobem per la terreta perles!! muaks!!
Gràcies bonicos! Una abraçada molt forta també per a tota la família!!!
[…] en las vías por su propia iniciativa. Lo que debió ser un placentero viaje de tres horas desde Copacabana a La Paz (20 bol – $3.10) se transformó en 8 horas de aventura en donde nuestro chofer de […]
[…] de Copacabana y el del Duque de Caixas. Parece que su nombre se debe al santuario de la virgen de Copacabana, en Bolivia. Un imperdible de la capital […]
[…] A orillas del Titicaca se encuentra esta pequeña población andina que se ha convertido de una manera casi casual en el paraíso mochilero por excelencia en Bolivia. Sin duda la atracción que generan el Lago Titicaca y las Islas del Sol y de la Luna, hace que viajeros de todo el mundo pasen por Copacabana. Sin embargo, pese a no tener grandes atractivos en sus alrededores, este pueblito se ha convertido en zona de descanso de mochileros y artesanos de todo el planeta. Es muy barato, se puede vender en la calle, hay ofertas de trabajo a cambio de alojamiento y se pueden recorrer con relativa facilidad sus preciosos alrededores. Aquí os contamos porqué es uno de nuestros lugares favoritos de Sudamérica. […]