El vidrio troceado está en todas partes y cruje bajo mis pies. Es difícil evitarlo pero lo intento con mis endebles chancletas amarillas. Hay una chimenea en el medio de la habitación, debe haber sido el lobby de la recepción. Como esperando su turno para la hoguera, se amontonan ropas y sus retazos, botellas, pedazos de madera, una silla de bebé, de esas que van en el asiento posterior del auto. Deben haber salido rápido, dejando atrás lo no indispensable. Quienquiera que vino después no quiso llevárselo, sólo las amontonó para que las cosas se hagan compañía… Espero que hayan salido rápido…
Bajando por unos escalones sin barandilla, hay un hueco gigantesco, del tamaño de una cancha de básquet, pero me impresiona más su profundidad. Si te cayeras, necesitarías pararte en los hombros de otra persona, que a su vez esté parada sobre otra. No hay escaleras para salir. En sus bordes sólo quedan unos cimientos de lo que en algún día debió ser el trampolín para saltar a la inmensa piscina, ahora llena de escombros.
Se siente como el inicio de una mala película, sólo que a nosotros nadie nos ha prometido un millón de dólares por pasar la noche en este hotel abandonado. Lo hacemos de nuestra propia iniciativa.
Saco de dormir y carpa bajo el brazo, cruzamos un patio de cemento en proceso de ser recuperado por la naturaleza, y entramos al pabellón de las habitaciones. El corredor del segundo piso, ya desnudo de paredes y ventanas, tiene una vista espectacular al mar y a los cerros que la bordean. Tras patear algunos trozos de vidrio, podemos armar la carpa, agradecidos de haber encontrado un techo antes de que los rayos cumplan sus predicciones de lluvia. A nuestras espaldas hay un salón muy amplio, también con chimenea central, y los pasillos que te llevan a las habitaciones.
Desde nuestro balcón se ven extinguirse los últimos rayos de sol entre las gotas que caen, y poco a poco crece en mí un mal presentimiento. Una intranquilidad leve pero generalizada en todo mi cuerpo. Creo que el Peter siente lo mismo. Simulando calma, debatimos sobre la posibilidad de salir de este lugar en la oscuridad, con lo que aquello implica: saltar medias paredes y burlar los escombros. Ya es muy tarde. Desde las habitaciones se empiezan a escuchar ruidos. Un toc constante e irritante, como de gotera, pero de vez en cuando golpes secos, tropiezos contra latas, una botella cayendo, algún otro pom indescriptible. La noche ha despertado a las criaturas que la usan para protegerse.
Alguien pasó por detrás del umbral del corredor, lo vi por el rabillo del ojo, pero al voltear ya no veo movimiento. Antes de armar la carpa, habíamos revisado las habitaciones de ese interminable pasillo. Bueno, habíamos pasado por ahí y mirado dentro de algunas. No se puede decir que estuvieran vacías, habían cosas, pero al mismo tiempo no eran cosas fuera de lugar. Papel tapiz, pedazos de inodoros, colchones desechos, es como si los cuartos estén pelando su piel hacia adentro, implosionando con el tiempo y el olvido.
Tal vez esto no fue tan buena idea. Sólo hemos armado la primera capa de nuestra carpa, que es como un mosquitero, así que desde dentro todavía puedo oír y ver lo poco que se distingue entre las sombras. Pero desde fuera, con nuestra linterna prendida, estoy segura que alguien o algo puede observar perfectamente todo lo que pasa dentro de la carpa. Hay muchas nubes y no podemos ver las estrellas. Un juego de cartas para calmar los nervios y dormir de la mano. No más linterna.
No sé que horas son pero tengo dos alertas que me despiertan. Unas ganas incontenibles de orinar y algo que se arrastra hacia nosotros por mi lado izquierdo. El shhh shhhh shhhhh se hace cada vez más intenso, no sé que más hacer sino dar un golpe lo más fuerte que puedo en el piso con mi mano. Funciona, el sonido para pero no se aleja. Estoy pensando cómo salir de la carpa, al menos caminar unos pasos para poder desahogarme, hasta que me doy cuenta que el lugar en donde había golpeado no era el piso sino el saco de dormir del Peter, vacío. Me inundo de desesperación. Digo su nombre, Peter, con voz baja, pero no hay respuesta. Aumento poco a poco el volumen hasta gritar: ¡PETER! ¡PETER! Nada.
Ya no hay nubes en el cielo, pero la poca luz que llega a mi alrededor no me da pistas de que él esté cerca. No queda de otra. Salgo de la carpa a buscarlo con paso rápido, bajo las escaleras semi-derrumbadas y me subo en un pedazo de piso sostenido por unas pocas vigas oxidadas que hace la vez de puente colgante. Se empieza a mover de lado a lado con cada uno de mis pasos. Bajo mis pies puedo ver la piscina llena de agua a la que caen rocas que se desprenden de este mal llamado puente. Mi corazón retumba, pero yo estoy inmóvil, agarrada de las vigas con ambas manos, con fuerza, con toda mi fuerza, hasta que mis músculos se dejan ir.
Abro los ojos y a través del mosquitero de la carpa colorean el cielo los naranjas del amanecer. Ya se ven los cerros verde oscuro y las nubes se apartan con suavidad. El Peter duerme a mi lado sobre su saco. Tanteo el mío y está seco, todo seco. Pero no lo estará por mucho tiempo si no actúo rápido. Me pongo las chancletas y detrás de una columna del antiguo salón del hotel, dejo salir toda el agua de la piscina.
Unas fotitos tras del texto…
















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5 comments
[…] Instalamos la tienda en el tercer piso, con bonitas vistas del bosque y el mar y dedicamos el resto de la tarde a leer. Por la noche, los ruidos empezaron a sucederse y la noche tuvo su misterio. Pero esa ya es otra historia. […]
Qué loco Gabi!!!! Me has hecho asustar!! Escribes muy bien… sobre todo los cuentos de terror!!! un abrazo a la distancia!!
Gracias Mary, qué bacán que nos sigas en esta aventura! Un abrazo también!
Que alivio saber que están bien después de pasar la noche en el hotel Bates.
Que historia tan bien contada.
Cuídense mucho
Un beso
Gracias tía! Qué chévere saber que nos estás siguiendo en nuestras aventuras. Un abrazote!